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¡Me da pereza!, ¡tengo pereza!, ¡qué pereza! Son expresiones habituales que
verbalizan l@s niñ@s y jóvenes. Cada día lo escucho en consulta. Y cuando les
preguntas ¿qué te da pereza? La respuesta es desoladora: ¡todo me da pereza!

Pero, ¿qué hay detrás de la pereza? ¿l@s niñ@s nacen con pereza? ¿Qué parte de
responsabilidad tenemos los adultos en este comportamiento tan frecuente hoy día?
¿En qué les puede afectar esta conducta en sus vidas? ¿Puede modificarse este
comportamiento? ¿Cómo puedo ayudar a mi hij@ para que no se deje llevar por la
pereza?

Antes de contestar a estas preguntas, me gustaría compartir contigo una experiencia
que recuerdo con cariño de cuando tenía 10 años. Estábamos un día comiendo en
familia en casa y había invitado a una de mis primas favoritas a almorzar. La cocina de
aquella casa estaba al final de un pasillo. Mi prima era una niña de 9 años, miedosa,
exigente y algo cabezona; en mitad de la comida ésta se dirige a mi madre y le dice con
tono de mando: ¡Tita tráeme agua!, a lo que mi madre contestó con tono firme:
¡Levántate tú!
Cuando mi prima oyó la contestación comenzó a poner pucheros, las lágrimas
empezaron a asomarse en sus ojos, comenzó a ponerse roja y apretaba sus labios con
mucha fuerza, ¡parecía que mi prima iba a estallar! En definitiva mi prima no daba
crédito.
Durante los años siguientes mi prima recordaba esta anécdota con sufrimiento y por
supuesto en una postura victimista, “mi madre era su tía bruja que no le trajo el agua”
¡¡pobrecita niña!! Jaja; pero al cabo del tiempo empecé a escuchar a mi prima hablar
de esta situación con verdadero cariño y agradecimiento; verbalizando todo lo que
había aprendido con esa lección que le dio mi madre aquel día.

Cuando un/a niñ@ muestra pereza normalmente indica que no ha aprendido a
esforzarse. La capacidad de esfuerzo es algo que se aprende a través de las rutinas y
los hábitos desde que se nace; no hay ningún gen que predetermine a una persona a
ser más o menos perezosa, pero la herencia familiar o social de unos determinados
hábitos hace que seamos más o menos perezosos. Es una conducta aprendida.

Los adultos tenemos parte de responsabilidad en esto, y es que en muchas ocasiones
tenemos actitudes que hacen que l@s niñ@s y jóvenes se acomoden o no se
esfuercen. Claro que esto no lo hacemos con mala intención, al contrario creemos que
así le evitamos sufrimiento, pero nada más lejos de la realidad, lo que hacemos es
prepararlos para una vida de sufrimiento, puesto que no les damos la oportunidad de
desarrollar estrategias para su autonomía e independencia.

Conforme van creciendo y empiezan a concienciarse del “juego de la vida” aparecen
los verdaderos problemas; aparecen grandes sentimientos de inutilidad, no gestionan
bien la resignación o la frustración, no consiguen o abandonan fácilmente sus metas
por muy pequeñas que sean, y es cuando los miedos se apoderan de ell@s. En
definitiva, cuando viven la vida como un lastre.

La buena noticia es que la pereza y los resultados que se derivan de ella se pueden
prevenir. Y si eres adulto y la pereza se apoderó de ti también hay buenas noticias para
ti, es una conducta que puedes modificar. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podemos ayudar a que
nuestros hij@s afronten la pereza?
1. Establece rutinas en casa. Haz una lista de las tareas que se deben de hacer en
casa, repártelas en función de las edades y las capacidades. Ponlas por escrito.
Introdúcelas poco a poco y comprueba con l@s niñ@s si las están o no
cumpliendo. Haz que se cumplan cada día para convertirlas en hábitos.
2. Crear nuevos hábitos. Introduce hábitos nuevos, sencillos y fáciles de
conseguir. Por ejemplo: salir a dar un paseo los fines de semana.
3. Asigna nuevas responsabilidades conforme vayan creciendo y que estas se
ajusten a la edad y realidad de ese momento.
4. Cuando los niñ@s inicien un proyecto o una actividad nueva no dejes que
abandonen fácilmente, motívalos para que acaben y terminen el compromiso
adquirido.
5. Diles que No a algunas de sus peticiones. No siempre tenemos que acceder a
sus peticiones, esto les ayudará a gestionar la frustración.
6. Dar refuerzo positivo. Diles que lo están haciendo bien cuando se estén
esforzando.
7. No le quites las intenciones de hacer algo cuando muestran la iniciativa. Por
ejemplo: querer vestirse solos, querer aprender a hacer alguna comida, etc.
8. Analizar qué tipo de actividades hacen y si son sedentarias, reducirlas.
9. Habla con tu hij@ cuando le escuches mencionar la pereza, e investiga a qué
se está refiriendo y busca soluciones de cómo combatirla.
10. Muestra ejemplo. Como adultos debemos esforzarnos cada día en nuestras
responsabilidades, objetivos, metas y compromisos, esto les ayudará a tener un
modelo que seguir o imitar.
Si todo esto te parece imposible y difícil de hacer sol@, llámanos y te
asesoraremos en cómo hacerlo dándote la seguridad y fuerza suficiente.
“El mayor enemigo en la consecución de metas es la pereza. Los perdedores
hacen lo que alivia tensiones (tienen deseo de comodidad); los ganadores hacen lo que
la disciplina exige (tienen deseo de reto” (Extracto del libro Aprendiendo De los Mejores
de Francisco Alcaide Herenández

Post realizado por Apresfam

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